Casi siempre lo pienso, y a veces mas que hoy,
lo bueno que seria darle
vacaciones a
mi corazón.
Sacármelo
un rato,
permitirle que salga y ruede por donde quiera,
o dejarlo bien
cuidado
colgadito en
la cortina del baño,
o envolverlo prolijamente en papel film, a la heladera y
listo.
Para dejarme ir, liviano, entre la gente.
Y entonces ir a buscarlo a veces,
invitarlo a que miremos unos arboles,
comamos
mandarinas o juguemos al amor.
Pero no;
eso no es posible cuando se tiene un corazón;
ahí nomas que me lo dejo
empieza a gritar y patalear como un marrano
empieza a gritar y patalear como un marrano
(que no se que es, pero deben ser
una mezcla de ranas y corazones llorones)
o a despedir un olor insoportable.
Y no
hay peor olor,
que el de un corazón que se pudre.
Entonces
tengo que sacarlo y llevarlo conmigo a todos lados,
soportar que me diga como
se siente a cada instante,
que esta triste, que tal cosa le parece una injusticia y que explota
de bronca,
que lo emocionan los viejitos
y lo divierten los niños.
y lo divierten los niños.
Y lo que es
peor aun, tolerar que cada vez que salgamos
se encuentre poemas y me obligue a
escribirlos
como ahora…
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