15 marzo 2013

Hay una mujer en la ciudad



hay una mujer en la ciudad.
No sé su nombre, ni como suena su voz.
El azar de las calles
nos cruza esporádicas veces.
El encuentro dura apenas una mirada,
 pero ese instante es azul
y derrumba el orden sucesivo de mis cosas.
No me parece loco afirmar,
que amo a esa mujer.
Amo el momento en que nuestros ojos se funden
 y toda la ciudad desaparece,
el adiós inevitable que le sigue,
el misterio en que después me ahogo,  
 el aparente olvido de ella,
que es lo cotidiano.
Amo la desesperada esperanza
 de que esa mujer coincida
 con la que en un sueño
 se desvaneció.
Amo esta inmóvil búsqueda
y la certeza incierta de que
 hay una mujer en la ciudad.

A quien corresponda


A quien corresponda

Hay mañanas en que el mate me sabe gravemente gris. Entonces siento unas dolorosas ganas de gritarle una carta a dios, o a quien corresponda; reclamándole que, desde acá abajo, me parecen increíble las ausencias de un simulador de vida y de una escuela de amar; exigiéndole al menos cuatro certezas y finitas posibilidades; y pidiendo por favor algunas pistas de para donde ir en esta niebla pegajosa que hoy me es la vida.
Esa sensación de andar a ciegas se viene conmigo a la calle llenándome de sombra, hasta que, inesperadamente, ocurre el milagro… de pronto una flor amarilla, la voz de ese niño; o quizás Spinetta, y aquella calle arbolada me despiertan y me traen de vuelta hacia este lado, en donde estas vos, los besos, la luna, los libros, la fe y la hermosísima libertad que siento al saberme perdido.
También entonces siento un impulso a escribir una carta al mismo destinatario, aunque solo quiero que diga: 
Gracias por la infinita belleza