"A veces la vida nos da una visión momentánea de que algo quiebra el orden de la realidad, como si el mundo estuviera hecho de infinitos mundos que de vez en cuando confluyen" A.B.C
El sistema numérico decimal tiene entre sus propiedades algunas, que no dejan de llamarme la atención.
Resulta que un número, como el 60, contiene en sí mismo una variedad de operaciones, superficialmente ocultas, que lo forman. Por ejemplo decir 60 es decir también 6 veces 10 o 10 veces 6. Además este sistema de numeración es posicional, lo cual refiere a que un símbolo, en este caso un numero, adquiere su valor según el lugar en donde está ubicado; el numero 6 no vale lo mismo en el caso que yo lo ubique en este lugar 60 que en este 600. Todo lo dicho no tendría ningún valor mas allá de ámbitos áulicos y comerciales, salvo que algún desafortunado crea encontrar en estas propiedades algunas correlaciones con los aconteceres de su propia vida (Y ahí entro yo)… y entonces comience a pensar que una acción cualquiera, visible e identificable, contenga en sí misma una serie (infinita) de condensaciones, de motivos, de figuras desconocidas, de recuerdos, de marcas, pedacitos de espejos interiores, de azar, de intuiciones, de símbolos… y que esa acción aparente tenga sentido y valor dependiendo la ubicación y la posición que ocupe en una cadena de sucesos indescifrables y ocultos.
Resulta que es a mí a quien le sucede esto y entonces, hay días en que comienzo a sospechar de que las cosas sean lo que parecen, a dudar de lo obvio y lo manifiesto.
En esos momentos intuyo que cada hecho, cada acción, esconde una cara desconocida (o miles), una puerta de entrada a otro orden, un acceso a mirarlo todo de otro modo.
Una forma secreta, esquiva, de comprender los sucesos. Para ponerlos patas para arriba, sacarlos de su monotonía y así embellecerlos o darles sentido (que es lo mismo, creo), para salvarlos (y con ellos a nosotros) del aburrimiento perfecto de que cada cosa este en su lugar y con su nombre.
Entonces me pasa, créanme que no lo elijo que me pasa; que acciones que realizo cotidianamente toman la forma de símbolos de otra cosa, oculta, fantástica, profunda… que se me escapa entre los dedos y la lengua.
Esto no me sucede todo el tiempo, muchas más veces me entrego a la simplicidad, a la incuestionable aceptación de que pelar una papa no es más que eso.
Pero cuando esta inocente actitud se me esfuma.... Yo me levanto una mañana y ya no me lavo la cara para despabilarme porque hay que ir a trabajar, sino que hundo mis manos en el agua fría y sumerjo mi cara entre ellas con la ilusión de que el agua no me despierte, sino de que sumergiéndome, el sueño se me esparza por toda la cara, llenarme del sueño, extenderlo, meterlo en mis ojos con agua para no perderlo, para no permitir ese horror de que los sueños se laven y se vayan por el resumidero sin hacer nada...
Y así sigo el día... ya no me baño para estar limpio o lindo, sino que me desnudo bajo el agua con el afán de que limpiándome por fuera, pueda llegar a renacer por dentro, renovarme desde afuera para llegar al centro, a mi centro... para recuperar infancia perdida en la mugre de una adulta rutina...
Tomar mates puede ser también repensarme, ponerme arriba de la mesa, tomar perspectiva y mirarme en cada cebada...
Entonces, caminar bajo la lluvia es recordarte y buscarte inútilmente; es intentar saltar los charcos del olvido...
Y así, todo.
Ahora por ejemplo, escribir no es solo entretenerme sino que es un manotazo, un grito abajo del agua, una manera de sentirme menos solo...
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